miércoles, 22 de octubre de 2014

La inspiración hoy está muerta.


    En ocasiones se viste de gris y desaparece por los estúpidos rincones de mi enredada mente. Gira su cabeza, me mira, y se ríe de mí. Me vacila con su pícara sonrisa mientras coloca su cabello gris a lo largo de su espalda. Es fino como el cristal, tanto, que podría romperse con el más mínimo descuido. También es brillante, e irradia un destello especial. Un brillo que guía a aquellas almas solitarias que tiempo atrás disfrutaron coqueteando con la muerte.
   Aunque no os lo creáis, ella fue una de esas almas solitarias.  Emprendió un viaje buscando su verdadero destino, pero, al final, sucumbió en el ocaso. Desde entonces residen en nuestras cabezas, albergan en nuestros oscuros infiernos. Por suerte, allí están a salvo, están protegidas de aquellos monstruos que vemos cada día cuando paseamos por la calle.
   Hoy sigue muerta, pero yo la espero como cada noche,  con papel y bolígrafo en mano. Porque siempre hay ganas de cambiar su vestido gris por uno granate, de hacer de ella el calor que derrita la frialdad de mi corazón.
    A pesar de los estúpidos intentos, hoy está asustada, ha recogido su pelo en un desenredado moño y se ha vestido con el vestido más negro que tiene.  Ha dejado que su rostro se desfigure ante un espejo de lágrimas.
   Es tarde, sólo quiere dormir y poner fin a esta monótona rutina. Ya no baila, no canta y no disfruta viendo el reflejo de sus pálidas piernas en el Lago negro.
   Por hoy ha sido suficiente. Así que, apago la tenue luz que desprende la vela, cierro los ojos y suspiro con fuerza. Espero que mañana vuelva a estar tan guapa como siempre.