Aquella noche me desperté entre ruidos y golpes –malditos vecinos-
pensé. ¿Qué estarán haciendo a estas
horas de la madrugada?
Me levanté de la cama y mientras andaba pude ver mi reflejo en aquel
viejo espejo. Lleno de ojeras y cicatrices, así estaba. Mi cara seguía siendo horrible a altas horas
de la noche. Peiné mi pelo con desgana y
me dirigí al balcón del lúgubre piso. Me
asomé, y el ruido desapareció de un
momento a otro. La noche seguía siendo tan fría como siempre, aunque no
demasiado, ya que en invierno es imposible dormir con la ventana abierta. Tras
el duro día que había pasado, decidí sentarme en la cama a pensar. Apoyé la
cabeza sobre mi brazo y cerré los ojos. Intentaba evadirme, ya que mi cabeza
estaba llena de batallas en la que los escudos y las lanzas ya estaban por los
suelos. Al menos dormir me calmaba. Qué
triste me parecía tener que dormir para poder evadirme de toda la mierda que me
rodeaba.
Desde hace meses el alcohol dejó de curarme las heridas, mi boca solo
sabía a metal pesado, a recuerdo que aun no había sido superado. Suspiré con
fuerza mientras llevaba mis manos a la cabeza.
–Necesito salir- pensé. No soy capaz de dormir, no soy capaz de lidiar contra un maldito recuerdo. Y éste se ríe de mí cada vez que deambula por mis pensamientos suicidas.
–Necesito salir- pensé. No soy capaz de dormir, no soy capaz de lidiar contra un maldito recuerdo. Y éste se ríe de mí cada vez que deambula por mis pensamientos suicidas.
Inútil, débil- murmura entre risas-. ¿Dónde quedó tu odio, Pablo?
¿Dónde está “el inquebrantable”? ¿Ya le has perdido? Débil…
-Se acabó, Pablo- me dije a mi mismo con rabia. En ocasiones una parte
de mí se apodera de mi inestable cabeza, al parecer aquellas murallas que
levanté se habían caído a mis pies. Ruinas, solo quedaban restos de lo que una
vez fui.
Finalmente, cogí mi vieja chaqueta gris y me dirigí hacia la puerta. Sabía
que era muy tarde, que mañana trabajaba, pero mi solitaria alma necesitaba vagar una
vez más por las sucias calles de París. Desesperanzado busqué un cigarro entre
los deshilados bolsillos de la chaqueta,
aunque no encontré nada, sólo anotaciones y papeles arrugados que
contenían aquellos relatos que escribí días atrás. No necesitaba nada del otro
mundo. Solo quería pasear y observar las luces que iluminaban la gran
ciudad.
Me recordaba tanto a ti… nosotros fuimos capaz de brillar, pero mucho
más que la torre Eiffel, porque nosotros no solo iluminábamos la ciudad, sino
el mundo entero.
-Eso se acabó- me reproche a mí mismo. Era inútil pensar en aquellos
años atrás, aunque fue bonito hacer de Paris nuestro pequeño paraíso terrenal.
Como disfrutaba viéndote despertar cada día entre aquellas sabanas blancas con
olor a vodka. Fue bonito verte despertar cada día con esa camisa negra que
llevabas puesta cuando te ibas a dormir. Nunca fue fácil desprenderse del
alcohol que poseían tus labios cuando perdíamos la cabeza en cualquier bar. Nos
perdíamos para encontrarnos. Entre risas y abrazos, entre llantos y versos
ebrios que salían de tu dulce boca,
porque para mí, aunque estuvieran algo locos siempre fueron la melodía
perfecta para mis oídos.
Seguí andando por la ciudad, las calles seguían tan solitarias como
siempre, ningún humilde transeúnte se atrevía a pasear a altas horas de la
madrugada.
- Solo quedamos los locos- dije mientras miré el tatuaje que tenía en
mi muñeca izquierda. Sé que nunca os he
hablado de él. En realidad, todavía no sabéis
nada de mí, porque este es el principio de mi gran historia. Aún así, necesitáis
conocer el significado para entender mi batalla perdida. Una batalla que aún
está latente, porque el fuego que hay en ella es demasiado intenso como para apagarse.
Cuántas locuras se cometen por amor, Pablo- dijo un día mi madre
mientras miraba aquellas fotografías por Nueva York con mi padre-.
Al principio no quise entender que era el amor, no quise profundizar
en aquel laberinto lleno de espinosas rosas. Sabía cómo era mi madre con sus
estúpidas utopías. Nunca creí en ello, ya que desde muy niño me vendieron la vida
como un regalo, como algo que estaba
envuelto en papel de color. Y me encontré con un mundo que aparentemente no parecía
un infierno, aunque los demonios si
estaban presentes.
Rápidamente volví a mí ser, y con cierta delicadeza pasé mi dedo por
la silueta de aquel gato negro. Suspiré
con fuerza una vez más y me tragué la bilis, que convertida en un triste
recuerdo me quemaba la garganta más que nunca. Nunca creí en la suerte, porque
mi vida siempre había sido como una ruleta rusa. Salvo que en este caso, dentro
de mi vida hubo demasiados problemas que hacían de mortíferas balas. Volví a
mirar el tatuaje y levanté la mirada hacia arriba. Le pude ver delante de mis
ojos.
¿Estaba delante de mí o simplemente
se trataba de un producto de mi estúpida imaginación? Mi mente me atacaba
constantemente haciéndome creer que le
veía en cada rincón de la ciudad.
–Me estoy volviendo loco-
gritaba con fuerza. Aún así, él seguía detrás de mí, notaba su respiración
quemándome el cuello. Era tan agradable que podía notar la calidez que su
propio aliento desprendía. Llevaba una camisa
negra ajustada, y sus pantalones seguían siendo aquellos vaqueros rotos que le
regalé cuando fuimos a Madrid. Me miro a los ojos, y vi como se acercaba hacia mí
lentamente.
–Para, por favor. No te
acerques-.
Rápidamente, noté sus cálidos dedos subiendo por mi desnuda espalda.
En ese momento el pánico me ato entre sus frías cadenas. El dolor que estas me provocaban
no cesaba. El hielo que corría por mis venas se había vuelto tan frio que temía
romperme si movía un solo músculo de mi cuerpo.
Preso del miedo decidí salir
corriendo por las calles de la ciudad. Me faltaba la respiración, a cada minuto
que pasaba mis suspiros eran más intensos. No sé de qué estaba huyendo, si de
él, o de un simple recuerdo que llevaba meses persiguiéndome.
-Joder, le añoras, deja de decir tonterías- me decía el interior de mi cabeza.
En aquel momento recordé nuestra primera noche juntos en aquel viejo
piso de Madrid. Recuerdo como sus ojos se fundieron con los míos. Su mirada
nunca fue tan fría como la mía, ésta te envolvía en un dulce sueño del que a
veces no querías despertar. Recuerdo cuando cogió mi mano y me susurro al oído
aquella frase:
“Eres mi gato negro preferido. Aunque tengas el don de la mala suerte y hayas disuelto tus siete vidas
en alcohol de mala muerte, sabes de sobra que nunca has sido mi ruina, sino mi maldita suerte”.
Tú mirada no será felina, pero tus ojos son misteriosos, como la
niebla cuando oculta una ciudad entera. Oscuros
como la noche y fríos como las primeras madrugadas de invierno, así son tus
ojos. Además, no hablemos de tu carácter. ¡Oh, misterioso gato negro!-decía con su tono sarcástico- deja de
pasearte por las sucias calles maullando a la triste luna llena. Ella no está
dispuesta a menguar cada noche para acunarte. Por eso, abandona tus afiladas
garras y deja de arañar cicatrices que nunca sanarán. Para eso siempre está el
vodka y el humor, así que vámonos de copas que demasiada poesía te he regalado
ya por hoy.
Nunca volverá, le abandoné a los pies de una lapida de piedra en un
escalofriante cementerio.Y esos hipócritas siguen llenando su tumba de
hermosas flores blancas. Me destroza el alma, pero al menos hacen juego con su
arrugada camisa negra.
No sería un artista de los pies a la cabeza, pero me vendió su arte y
yo me entregué a él. Me aferré a un clavo que nunca dejó de arder por mucho
frío que recibiera. Cada día regalaba
poesía con sus dulces palabras. Hizo de mi vida una gran estrofa llena de
versos.
Fue un loco enamoradizo de las calles de Montmartre, por eso, siempre
fue y siempre será ‘mi poeta favorito de Paris’.