miércoles, 18 de junio de 2014

Roxanne.

Aquellas historias que os contaban durante las frías noches de Noviembre nunca fueron del todo ciertas. Las malas lenguas siempre hablaron de aquellas prostitutas que se dejaban el rojo carmín de sus labios en  las sucias chaquetas de ricos burgueses. Sin embargo, la historia de Roxanne no fue una más.
Como cada noche, deambulaba entre las sucias y pestilentes calles de Madrid, esperando que algún "galán" pudiera pagar por su servicio. Ondeaba su corta falda mientras el viento movía su delicado cabello rubio. Aturdida (como de costumbre) y presa por el alcohol que poseía en sus venas, buscaba cualquier vía de escape que pudiera encerrarla lejos de este amargo sufrimiento.
Necesitaba encontrar aquel destino sobre el que todos hablaban. Un destino sucio, y todavía no escrito, pero que se hallaba en la oscura profundidad de sus pensamientos.
Aquella oscuridad la atrapaba cada noche con sus nocturnas garras, que, afiladas como cuchillos la taladraban el alma.  Mientras tanto, el miedo se reía de ella cuando subía delicadamente por su desnuda espalda.
  -Estas perdida- decía éste con un tono burlón.
Presa del dolor y de sus quimeras surrealistas, caía rendida cada día en su sucia cama. Una cama llena de lagrimas secas, y de comederos de cabeza que resolvía junto a la almohada.
 Roxanne estaba cansada de hombres de corazones desgastados, a medio arreglar.  Estaba harta de corazones de piedra en los que ella no podía penetrar (ya que su corazón era tan frágil como el de un delicado cristal). Rota y abandonada, ahogaba sus penas en sucias promesas que nunca pudo cumplir. Promesas atrapadas en botellas de cristal. Sin embargo éstas no contenían mensajes de papel que llevaran a buen puerto a su solitario corazón.
 -Una muñeca de trapo con unos zapatos caros -Decía mientras movía su pelo con el suave movimiento de su dedo indice.
 Prisionera de sus demonios interiores (que estaban hartos de esconderse bajo la cama) y de su desesperación; transformada en una cárcel de metal de la cual no había llave. Aquella llave que otros utilizarían para abrir su corazón, ella la usaría para salir de aquella prisión que la ahogaba. Un ángel caído con las alas rotas y desplumadas; ni la imaginación era ya capaz de salvarla. Ni siquiera el grito más ahogado que pudo pronunciar fue escuchado.
-Estúpida, desdichada y maldecida por la suerte de aquel gato negro- Repetía constantemente mientras bebía aquel licor de mala muerte.
- Ya no eres la que una vez fuiste- dijo al escupir contra el asfalto. Su dulce boca, estaba llena de bilis y rabia. Ni el odio (hacia si misma) podía ayudarla.
Vacilaba consigo misma y se reía de lo aturdida y perdida que estaba. Esto ya no era un juego para ella.
Roxanne,  estaba llena de aquel cansancio que no hacía mas que hacer que se sintiera vacía.
 Finalmente, decidió dirigirse hacia la carretera. Se sentó en medio de ella y decidió encenderse un cigarro.
Presa de la locura, tiro un tacón contra la carretera esperando así suerte alguna. Las lagrimas caían por sus cálidas mejillas, esto siempre fue demasiado para ella. Entre tanto, fumaba y fumaba, con la esperanza de que aquel humo gris pudiera aclarar su cabeza.
- ¡VAMOS, DESTINO, HE VENIDO HASTA AQUÍ SOLO A POR TI! - decía mientras gritaba y se reía.
-YA NO TE TENGO MIEDO, TE ESPERO AQUÍ. 

"Qué loca esta", pensaban aquellos transeúntes que paseaban a altas horas de la madrugada).


Aquella noche, la desesperación de sus ojos grises hacía juego con la luz de aquella luna llena. Ella, solitaria desde siempre, observaba a Roxanne mientras ésta caía en un estado de locura.  En ese mismo instante, Roxanne se armó de valentía, peinó su delicado pelo y se levantó. Ésta se dirigió hacia aquella luz desconocida que durante tanto tiempo había estado buscando, pero a la que nunca se había aferrado por el miedo al olvido.

Tras el paso de los años, Madrid dejó de brillar como solía hacerlo antes. Las calles se quedaron vacías, y Gran Vía nunca volvió a ser la misma.  Porque había que ser muy idiota  para no fijarse en la poesía que soltaban sus piernas cuando paseaba por ella cada día. Los recuerdos se quedaron sepultados entre calles. Y aquel rojo carmín del que tanto presumía se quedó pegado en mi sucia chaqueta. Yo fui uno de los pocos que pudo conocerla. Aparentemente, parecía frágil como el cristal pero su mirada felina me decía lo contrario (ahora sé que me equivocaba). Hoy, se recuerda a aquella prostituta que vagaba por los rincones de Madrid buscando una solución con la que poner fin a su vida. Aquel infierno fue demasiado para ella, aunque paseaba libremente por él cada noche.
Desde entonces, la luna no brilla con tanta fuerza como antes. Ahora se tiñe de rojo cada noche, en honor a aquel rojo carmín que fue olvidado entre las camisas y las mejillas de dichos burgueses.

 Roxanne, la muñeca de trapo con tacones de Prada, sigue siendo un mito viviente, ya que muchos nos atrevemos a seguir escribiendo sobre ella.