París, noviembre de 1840. Era de noche, y la madrugada se tornaba tan lúgubre como siempre. La niebla se había
amontonado por la ciudad y nuestra querida protagonista, Lizzy, llegaba tarde a la actuación de esta noche.
–A las estrellas nos esperan siempre que sea necesario- decía con chulería. Sus tacones se fundían con el ritmo de la lluvia, cantaba y zarandeaba su pelo mientras los humildes caballeros parisinos se quedaban con la boca abierta. Se podía escuchar el sonido del jazz de fondo, el bar sólo estaba a dos manzanas más. -Qué adrenalina- pensó. "Volver a los escenarios, las luces enfocándome de nuevo mientras les enseño a todos como baila una veterana del cabaret. No puedo estar más contenta".
–A las estrellas nos esperan siempre que sea necesario- decía con chulería. Sus tacones se fundían con el ritmo de la lluvia, cantaba y zarandeaba su pelo mientras los humildes caballeros parisinos se quedaban con la boca abierta. Se podía escuchar el sonido del jazz de fondo, el bar sólo estaba a dos manzanas más. -Qué adrenalina- pensó. "Volver a los escenarios, las luces enfocándome de nuevo mientras les enseño a todos como baila una veterana del cabaret. No puedo estar más contenta".
Tenía la emoción paseando por los poros de su piel.
Encendió un cigarrillo y lo coloco entre sus rojizos labios. Sus cigarrillos
volvían a estar marcados de rojo, para ella siempre fue su sello de identidad.Hoy era el día, nuestra alocada
bailarina estaba dispuesta a dejarse los tacones en el número de esta noche.
La música
cada vez se escuchaba más y más cerca, y con ella, se podía ver la luz de aquel letrero: “ENTRADAS AGOTADAS, LIZZY VUELVE A LOS ESCENARIOS".
Al ver ese tremendo cartel pudo notar como una pequeña lagrima caía por su desnuda mejilla. Entró con la cabeza bien alta, tras
aquellos meses en la cárcel, Lizzy había aprendido que no era necesario matar a
nadie para ser mundialmente famosa. El cabaret le había dado todo, sin embargo, aquella noche estaba tan drogada que nunca supo lo que hacía. Miró sus manos
desconcertadas, ya no había rastro de aquella sangre que hace un año caía por
sus manos, ya no había ningún cuchillo afilado con el que cortar ningún
gaznate. Lizzy estaba perfectamente, los
médicos habían dado por finalizada la terapia con ella. Nada de esto importaba,
volvía a ser ella, volvía a ser aquella gata parisina que se contoneaba por las
esquinas de estas sucias calles.
-Ha pasado
mucho tiempo- pensó.
Ni siquiera sé cómo me recibirán, si me conocerán. ¿Habrá
nuevas bailarinas? Bah, no importa. Lo único que sé es que ya no esta Albert para darme el coñazo, está muerto y yo le maté, murió entre mis delicadas
manos.
-JA, JA, JA- pronunció en voz alta mientras saltaba hacia el interior de aquel luminoso burdel.
-JA, JA, JA- pronunció en voz alta mientras saltaba hacia el interior de aquel luminoso burdel.
No había
cambiado nada, el interior del burdel seguía igual que hace dos años. Un gran
comedor con mesas y sillas dominaba la parte central del edificio. A los lados
había carteles con su nombre, eran enormes, tan grandes que se podía leer desde
la lejanía. Su olor seguía siendo tan fresco como siempre, pero todavía podía
notar ese ligero toque a alcohol que se respira en el ambiente. El suelo, de madera pulida había sido
renovado hace unos meses. -Ya era hora- dijo Lizzy, uno de los mejores refugios de
París no puede ser un cuchitril.
Lizzy levantó la mirada
durante un instante, una luz roja le cegó. Cerró los ojos con
fuerza y se los tapo con la palma de las manos lo más rápido que pudo. Entonces, pudo
verlo, el escenario se encontraba delante de ella, a sus pies, delante de sus
narices. Los jefes de iluminación se encontraban encima de la barra metálica,
colocaban los focos con cuidado para que la función saliera a la perfección.
Lizzy andaba despacio, su ritmo era lento pero a medida que se acercaba podía
notar como los recuerdos se movían por su mente. Corrían de un lugar a otro, se
chocaban entre ellos y por un momento perdió la razón. Sacudió sus recuerdos
con un leve movimiento de cabeza y subió aquellas escaleras negras. Desde ahí
arriba el mundo se veía distinto, volvió a notar la sensación de
responsabilidad que uno tenía cuando era cabeza de cartel. Durante sus diez
años como bailarina siempre estuvo en lo más alto, pudo tocar el éxito con la
punta de sus dedos. Muchas intentaron superarla, pero nadie pudo conseguir
semejante reto.
Todavía quedaba una hora
para la función, Lizzy decidió ir a su camerino, necesitaba arreglarse para su gran vuelta. La sala principal tenía cuatro
pasillos que salían de cada una de sus esquinas, estaban
pintados de rojo y varias fotografías en blanco y negro colgaban de sus fuertes
columnas. Lizzy recorrió el pasillo numero tres, al fondo se encontraba una gran
puerta con un brillante cartel de Neón, “Nuestra estrella” podía leerse. El
interior del camerino estaba vacío, sólo había un gran espejo frente al ropero
donde estaban todos sus vestidos. Los había de todas las clases, vestidos de
encaje, vestidos con escotes vertiginosos y otros tantos con sutiles
transparencias. Lizzy cogió una percha de madera, de esta colgaba un corto
vestido negro. Tenia muchísimas ganas de probárselo, así que no dudo en quitarse
la ropa. Más tarde Lizzy noto un fuerte pitido en sus oídos, alguien estaba llamando a la
puerta. No esperaba a nadie, pero
suponía que alguien quería desearle suerte antes de la función. Dejó caer su
pelo por encima de los hombros mientras se lo sacudía con fuerza. Esbozó una
leve sonrisa y abrió la puerta.
-¿Pero qué
ven mis ojos? Lizzy Mayer, la pantera
parisina ha vuelto a los escenarios ¿Cómo estas, preciosa?
Durante los próximos
segundos Lizzy no pudo reaccionar, ni siquiera pestañear. Parecía que estaba petrificada,
una sensación de miedo había congelado su cuerpo desde la llegada de Albert. Sentía que estaba en una pesadilla, en un mal recuerdo al que recordó haber puesto
fin unos años atrás. Pellizcó su brazo con fuerza, creía estar en un sueño,
pero no era así. Su peor pesadilla estaba
delante de ella, sonriendo, de una manera tan picara y sensual que Lizzy no podía asimilar
lo que tenía delante. Un chasquido de
dedos hizo que volviera a la realidad.
-¿Te ha
comido la lengua el gato?
-¿Qué haces
aquí? No puedes estar vivo, te maté aquel dia antes de mi ultima función. Pude
verlo con mis propios ojos, maldito cabrón.
-¿Crees que
me mataste? ¿O crees que sigo vivo?
Lizzy no
podía creerse nada de lo que estaba escuchando, sus pensamientos estaban hechos un lío, ¿se estaría volviendo loca? O simplemente
el fantasma de su pasado había regresado esta noche para atormentarla.
“Qué está
pasando, por qué no recuerdo nada, por qué soy incapaz de seguir con mi vida
sin ver como cada noche aparece en mis pensamientos”.
-Perdóname,
nunca quise hacerte daño- dijo mientras le guiñó un ojo. Añoro tu cuerpo, deseo
tener tus mágicas curvas entre mis manos.
-Intentaste
violarme, me forcejeaste contra aquella pared mientras tapaste mi boca con uno
de mis vestidos. ¿De verdad piensas que voy a perdonarte o intentar sentir pena
por ti?
De repente
volvió a sonar la puerta. “Lizzy actúas en cinco minutos” pude escuchar con
claridad, la voz venia de fuera, parecía grave, incluso ronca. Lizzy levantó la
mirada hacia arriba y no pudo ver más allá de una habitación vacía, sobria como
era hace unos minutos antes de la llegada de Albert. Había desaparecido, como
una bomba de humo, como los arboles cuando son devorados por la densa niebla.
Sin embargo, el ambiente seguía cargado, el aire pesaba y se echaba encima de
los hombros de Lizzy.
-Volverá
pronto- dijo mientras suspiraba. Volvió a recoger su pelo en un bonito
moño pero ahora estaba desorientada, perdida. Miró la cicatriz de su brazo con preocupación,
sabía que volvería, porque este desastre todavía no estaba ordenado.