domingo, 23 de noviembre de 2014

París sangriento, ciudad de soñadores.

París, noviembre de 1840. Era de noche, y la madrugada se tornaba tan lúgubre como siempre. La niebla se había amontonado por la ciudad y nuestra querida protagonista, Lizzy, llegaba tarde a la actuación de esta noche.
 –A las estrellas nos esperan siempre que sea necesario- decía con chulería. Sus tacones se fundían con el ritmo de la lluvia, cantaba y zarandeaba su pelo mientras los humildes caballeros parisinos se quedaban con la boca abierta. Se podía escuchar el sonido del jazz de fondo, el bar sólo estaba a dos manzanas más. -Qué adrenalina- pensó. "Volver a los escenarios, las luces enfocándome de nuevo mientras les enseño a todos como baila una veterana del cabaret. No puedo estar más contenta".
Tenía la emoción paseando por los poros de su piel. Encendió un cigarrillo y lo coloco entre sus rojizos labios. Sus cigarrillos volvían a estar marcados de rojo, para ella siempre fue su sello de identidad.Hoy era el día, nuestra alocada bailarina estaba dispuesta a dejarse los tacones en el número de esta noche.
La música cada vez se escuchaba más y más cerca, y con ella, se podía ver la luz de aquel letrero: “ENTRADAS AGOTADAS, LIZZY VUELVE A LOS ESCENARIOS".
Al ver ese tremendo cartel pudo notar como una pequeña lagrima caía por su desnuda mejilla. Entró con la cabeza bien alta, tras aquellos meses en la cárcel, Lizzy había aprendido que no era necesario matar a nadie para ser mundialmente famosa. El cabaret le había dado todo, sin embargo, aquella noche estaba tan drogada que nunca supo lo que hacía. Miró sus manos desconcertadas, ya no había rastro de aquella sangre que hace un año caía por sus manos, ya no había ningún cuchillo afilado con el que cortar ningún gaznate.  Lizzy estaba perfectamente, los médicos habían dado por finalizada la terapia con ella. Nada de esto importaba, volvía a ser ella, volvía a ser aquella gata parisina que se contoneaba por las esquinas de estas sucias calles.
-Ha pasado mucho tiempo- pensó.
Ni siquiera sé cómo me recibirán, si me conocerán. ¿Habrá nuevas bailarinas? Bah, no importa. Lo único que sé es que ya no esta Albert para darme el coñazo, está muerto y yo le maté, murió entre mis delicadas manos.
 -JA, JA, JA- pronunció en voz alta mientras saltaba hacia el interior de aquel luminoso burdel. 
No había cambiado nada, el interior del burdel seguía igual que hace dos años. Un gran comedor con mesas y sillas dominaba la parte central del edificio. A los lados había carteles con su nombre, eran enormes, tan grandes que se podía leer desde la lejanía. Su olor seguía siendo tan fresco como siempre, pero todavía podía notar ese ligero toque a alcohol que se respira en el ambiente. El suelo, de madera pulida había sido renovado hace unos meses. -Ya era hora- dijo Lizzy, uno de los mejores refugios de París no puede ser un cuchitril. 
Lizzy levantó la mirada durante un instante, una luz roja le cegó. Cerró los ojos con fuerza y se los tapo con la palma de las manos lo más rápido que pudo. Entonces, pudo verlo, el escenario se encontraba delante de ella, a sus pies, delante de sus narices. Los jefes de iluminación se encontraban encima de la barra metálica, colocaban los focos con cuidado para que la función saliera a la perfección. Lizzy andaba despacio, su ritmo era lento pero a medida que se acercaba podía notar como los recuerdos se movían por su mente. Corrían de un lugar a otro, se chocaban entre ellos y por un momento perdió la razón. Sacudió sus recuerdos con un leve movimiento de cabeza y subió aquellas escaleras negras. Desde ahí arriba el mundo se veía distinto, volvió a notar la sensación de responsabilidad que uno tenía cuando era cabeza de cartel. Durante sus diez años como bailarina siempre estuvo en lo más alto, pudo tocar el éxito con la punta de sus dedos. Muchas intentaron superarla, pero nadie pudo conseguir semejante reto.
Todavía quedaba una hora para la función, Lizzy decidió ir a su camerino, necesitaba arreglarse para su gran vuelta. La sala principal tenía cuatro pasillos que salían de cada una de sus esquinas, estaban pintados de rojo y varias fotografías en blanco y negro colgaban de sus fuertes columnas. Lizzy recorrió el pasillo numero tres, al fondo se encontraba una gran puerta con un brillante cartel de Neón, “Nuestra estrella” podía leerse. El interior del camerino estaba vacío, sólo había un gran espejo frente al ropero donde estaban todos sus vestidos. Los había de todas las clases, vestidos de encaje, vestidos con escotes vertiginosos y otros tantos con sutiles transparencias. Lizzy cogió una percha de madera, de esta colgaba un corto vestido negro. Tenia muchísimas ganas de probárselo, así que no dudo en quitarse la ropa. Más tarde Lizzy noto un fuerte pitido en sus oídos, alguien estaba llamando a la puerta. No esperaba a nadie, pero suponía que alguien quería desearle suerte antes de la función. Dejó caer su pelo por encima de los hombros mientras se lo sacudía con fuerza. Esbozó una leve sonrisa y abrió la puerta.
-¿Pero qué ven mis ojos?  Lizzy Mayer, la pantera parisina ha vuelto a los escenarios ¿Cómo estas, preciosa?
Durante los próximos segundos Lizzy no pudo reaccionar, ni siquiera pestañear. Parecía que estaba petrificada, una sensación de miedo había congelado su cuerpo desde la llegada de Albert. Sentía que estaba en una pesadilla, en un mal recuerdo al que recordó haber puesto fin unos años atrás. Pellizcó su brazo con fuerza, creía estar en un sueño, pero no era así. Su peor pesadilla estaba delante de ella, sonriendo, de una manera tan picara y sensual que Lizzy no podía asimilar lo que tenía delante. Un chasquido de dedos hizo que volviera a la realidad.
-¿Te ha comido la lengua el gato?
-¿Qué haces aquí? No puedes estar vivo, te maté aquel dia antes de mi ultima función. Pude verlo con mis propios ojos, maldito cabrón.
-¿Crees que me mataste? ¿O crees que sigo vivo?
Lizzy no podía creerse nada de lo que estaba escuchando, sus pensamientos estaban hechos un lío, ¿se estaría volviendo loca? O simplemente el fantasma de su pasado había regresado esta noche para atormentarla.
“Qué está pasando, por qué no recuerdo nada, por qué soy incapaz de seguir con mi vida sin ver como cada noche aparece en mis pensamientos”.
-Perdóname, nunca quise hacerte daño- dijo mientras le guiñó un ojo. Añoro tu cuerpo, deseo tener tus mágicas curvas entre mis manos.
-Intentaste violarme, me forcejeaste contra aquella pared mientras tapaste mi boca con uno de mis vestidos. ¿De verdad piensas que voy a perdonarte o intentar sentir pena por ti?
De repente volvió a sonar la puerta. “Lizzy actúas en cinco minutos” pude escuchar con claridad, la voz venia de fuera, parecía grave, incluso ronca. Lizzy levantó la mirada hacia arriba y no pudo ver más allá de una habitación vacía, sobria como era hace unos minutos antes de la llegada de Albert. Había desaparecido, como una bomba de humo, como los arboles cuando son devorados por la densa niebla. Sin embargo, el ambiente seguía cargado, el aire pesaba y se echaba encima de los hombros de Lizzy.

-Volverá pronto- dijo mientras suspiraba. Volvió a recoger su pelo en un bonito moño pero ahora estaba desorientada, perdida. Miró la cicatriz de su brazo con preocupación, sabía que volvería, porque este desastre todavía no estaba ordenado.

miércoles, 22 de octubre de 2014

La inspiración hoy está muerta.


    En ocasiones se viste de gris y desaparece por los estúpidos rincones de mi enredada mente. Gira su cabeza, me mira, y se ríe de mí. Me vacila con su pícara sonrisa mientras coloca su cabello gris a lo largo de su espalda. Es fino como el cristal, tanto, que podría romperse con el más mínimo descuido. También es brillante, e irradia un destello especial. Un brillo que guía a aquellas almas solitarias que tiempo atrás disfrutaron coqueteando con la muerte.
   Aunque no os lo creáis, ella fue una de esas almas solitarias.  Emprendió un viaje buscando su verdadero destino, pero, al final, sucumbió en el ocaso. Desde entonces residen en nuestras cabezas, albergan en nuestros oscuros infiernos. Por suerte, allí están a salvo, están protegidas de aquellos monstruos que vemos cada día cuando paseamos por la calle.
   Hoy sigue muerta, pero yo la espero como cada noche,  con papel y bolígrafo en mano. Porque siempre hay ganas de cambiar su vestido gris por uno granate, de hacer de ella el calor que derrita la frialdad de mi corazón.
    A pesar de los estúpidos intentos, hoy está asustada, ha recogido su pelo en un desenredado moño y se ha vestido con el vestido más negro que tiene.  Ha dejado que su rostro se desfigure ante un espejo de lágrimas.
   Es tarde, sólo quiere dormir y poner fin a esta monótona rutina. Ya no baila, no canta y no disfruta viendo el reflejo de sus pálidas piernas en el Lago negro.
   Por hoy ha sido suficiente. Así que, apago la tenue luz que desprende la vela, cierro los ojos y suspiro con fuerza. Espero que mañana vuelva a estar tan guapa como siempre.

martes, 26 de agosto de 2014

El misterioso gato negro.

Aquella noche me desperté entre ruidos y golpes –malditos vecinos- pensé. ¿Qué estarán haciendo a estas horas de la madrugada?
Me levanté de la cama y mientras andaba pude ver mi reflejo en aquel viejo espejo. Lleno de ojeras y cicatrices, así estaba.  Mi cara seguía siendo horrible a altas horas de la noche. Peiné mi  pelo con desgana y me dirigí al balcón del lúgubre piso.  Me asomé,  y el ruido desapareció de un momento a otro. La noche seguía siendo tan fría como siempre, aunque no demasiado, ya que en invierno es imposible dormir con la ventana abierta. Tras el duro día que había pasado, decidí sentarme en la cama a pensar. Apoyé la cabeza sobre mi brazo y cerré los ojos. Intentaba evadirme, ya que mi cabeza estaba llena de batallas en la que los escudos y las lanzas ya estaban por los suelos. Al menos dormir me calmaba. Qué triste me parecía tener que dormir para poder evadirme de toda la mierda que me rodeaba.
Desde hace meses el alcohol dejó de curarme las heridas, mi boca solo sabía a metal pesado, a recuerdo que aun no había sido superado. Suspiré con fuerza mientras llevaba mis manos a la cabeza.
 –Necesito salir- pensé. No soy capaz de dormir, no soy capaz de lidiar contra un maldito recuerdo. Y  éste se ríe de mí cada vez que deambula por mis pensamientos suicidas.
Inútil, débil- murmura entre risas-. ¿Dónde quedó tu odio, Pablo? ¿Dónde está “el inquebrantable”? ¿Ya le has perdido? Débil…
-Se acabó, Pablo- me dije a mi mismo con rabia. En ocasiones una parte de mí se apodera de mi inestable cabeza, al parecer aquellas murallas que levanté se habían caído a mis pies. Ruinas, solo quedaban restos de lo que una vez fui.               
Finalmente, cogí mi vieja chaqueta gris y me dirigí hacia la puerta. Sabía que era muy tarde, que mañana trabajaba,  pero mi solitaria alma necesitaba vagar una vez más por las sucias calles de París. Desesperanzado busqué un cigarro entre los deshilados bolsillos de la chaqueta,  aunque no encontré nada, sólo anotaciones y papeles arrugados que contenían aquellos relatos que escribí días atrás. No necesitaba nada del otro mundo. Solo quería  pasear  y observar las luces que iluminaban la gran ciudad.
Me recordaba tanto a ti… nosotros fuimos capaz de brillar, pero mucho más que la torre Eiffel, porque nosotros no solo iluminábamos la ciudad, sino el mundo entero.
-Eso se acabó- me reproche a mí mismo. Era inútil pensar en aquellos años atrás, aunque fue bonito hacer de Paris nuestro pequeño paraíso terrenal. Como disfrutaba viéndote despertar cada día entre aquellas sabanas blancas con olor a vodka. Fue bonito verte despertar cada día con esa camisa negra que llevabas puesta cuando te ibas a dormir. Nunca fue fácil desprenderse del alcohol que poseían tus labios cuando perdíamos la cabeza en cualquier bar. Nos perdíamos para encontrarnos. Entre risas y abrazos, entre llantos y versos ebrios que salían de tu dulce boca,  porque para mí, aunque estuvieran algo locos siempre fueron la melodía perfecta para mis oídos. 
Seguí andando por la ciudad, las calles seguían tan solitarias como siempre, ningún humilde transeúnte se atrevía a pasear a altas horas de la madrugada.
- Solo quedamos los locos- dije mientras miré el tatuaje que tenía en mi muñeca izquierda.  Sé que nunca os he hablado de él.  En realidad, todavía no sabéis nada de mí, porque este es el principio de mi gran historia. Aún así, necesitáis conocer el significado para entender mi batalla perdida. Una batalla que aún está latente, porque el fuego que hay en ella es demasiado intenso como para apagarse.
Cuántas locuras se cometen por amor, Pablo- dijo un día mi madre mientras miraba aquellas fotografías por Nueva York con mi padre-.
Al principio no quise entender que era el amor, no quise profundizar en aquel laberinto lleno de espinosas rosas. Sabía cómo era mi madre con sus estúpidas utopías. Nunca creí en ello, ya que desde muy niño me vendieron la vida como un regalo, como algo que estaba envuelto en papel de color. Y me encontré con un mundo que aparentemente no parecía un infierno,  aunque los demonios si estaban presentes.
Rápidamente volví a mí ser, y con cierta delicadeza pasé mi dedo por la silueta de aquel gato negro.  Suspiré con fuerza una vez más y me tragué la bilis, que convertida en un triste recuerdo me quemaba la garganta más que nunca. Nunca creí en la suerte, porque mi vida siempre había sido como una ruleta rusa. Salvo que en este caso, dentro de mi vida hubo demasiados problemas que hacían de mortíferas balas. Volví a mirar el tatuaje y levanté la mirada hacia arriba. Le pude ver delante de mis ojos.
 ¿Estaba delante de mí o simplemente se trataba de un producto de mi estúpida imaginación? Mi mente me atacaba constantemente haciéndome creer que le veía en cada rincón de la ciudad.
 –Me estoy volviendo loco- gritaba con fuerza. Aún así, él seguía detrás de mí, notaba su respiración quemándome el cuello. Era tan agradable que podía notar la calidez que su propio aliento desprendía.  Llevaba una camisa negra ajustada, y sus pantalones seguían siendo aquellos vaqueros rotos que le regalé cuando fuimos a Madrid. Me miro a los ojos, y vi como se acercaba hacia mí lentamente.
 –Para, por favor. No te acerques-.
Rápidamente, noté sus cálidos dedos subiendo por mi desnuda espalda. En ese momento el pánico me ato entre sus frías cadenas. El dolor que estas me provocaban no cesaba. El hielo que corría por mis venas se había vuelto tan frio que temía romperme si movía un solo músculo de mi cuerpo.
 Preso del miedo decidí salir corriendo por las calles de la ciudad. Me faltaba la respiración, a cada minuto que pasaba mis suspiros eran más intensos. No sé de qué estaba huyendo, si de él, o de un simple recuerdo que llevaba meses persiguiéndome.
-Joder, le añoras, deja de decir tonterías-  me decía el interior de mi cabeza.
En aquel momento recordé nuestra primera noche juntos en aquel viejo piso de Madrid. Recuerdo como sus ojos se fundieron con los míos. Su mirada nunca fue tan fría como la mía, ésta te envolvía en un dulce sueño del que a veces no querías despertar. Recuerdo cuando cogió mi mano y me susurro al oído aquella frase:
Eres mi gato negro preferido. Aunque tengas el don de la mala suerte y hayas disuelto tus siete vidas en alcohol de mala muerte, sabes de sobra que nunca has sido mi ruina, sino mi maldita suerte”.
Tú mirada no será felina, pero tus ojos son misteriosos, como la niebla cuando oculta una ciudad entera. Oscuros como la noche y fríos como las primeras madrugadas de invierno, así son tus ojos. Además, no hablemos de tu carácter. ¡Oh, misterioso gato negro!-decía con su tono sarcástico- deja de pasearte por las sucias calles maullando a la triste luna llena. Ella no está dispuesta a menguar cada noche para acunarte. Por eso, abandona tus afiladas garras y deja de arañar cicatrices que nunca sanarán. Para eso siempre está el vodka y el humor, así que vámonos de copas que demasiada poesía te he regalado ya por hoy.
Nunca volverá, le abandoné a los pies de una lapida de piedra en un escalofriante cementerio.Y esos hipócritas siguen llenando su tumba de hermosas flores blancas. Me destroza el alma, pero al menos hacen juego con su arrugada camisa negra.
No sería un artista de los pies a la cabeza, pero me vendió su arte y yo me entregué a él. Me aferré a un clavo que nunca dejó de arder por mucho frío que recibiera.  Cada día regalaba poesía con sus dulces palabras. Hizo de mi vida una gran estrofa llena de versos.

Fue un loco enamoradizo de las calles de Montmartre, por eso, siempre fue y siempre será ‘mi poeta favorito de Paris’.   

miércoles, 18 de junio de 2014

Roxanne.

Aquellas historias que os contaban durante las frías noches de Noviembre nunca fueron del todo ciertas. Las malas lenguas siempre hablaron de aquellas prostitutas que se dejaban el rojo carmín de sus labios en  las sucias chaquetas de ricos burgueses. Sin embargo, la historia de Roxanne no fue una más.
Como cada noche, deambulaba entre las sucias y pestilentes calles de Madrid, esperando que algún "galán" pudiera pagar por su servicio. Ondeaba su corta falda mientras el viento movía su delicado cabello rubio. Aturdida (como de costumbre) y presa por el alcohol que poseía en sus venas, buscaba cualquier vía de escape que pudiera encerrarla lejos de este amargo sufrimiento.
Necesitaba encontrar aquel destino sobre el que todos hablaban. Un destino sucio, y todavía no escrito, pero que se hallaba en la oscura profundidad de sus pensamientos.
Aquella oscuridad la atrapaba cada noche con sus nocturnas garras, que, afiladas como cuchillos la taladraban el alma.  Mientras tanto, el miedo se reía de ella cuando subía delicadamente por su desnuda espalda.
  -Estas perdida- decía éste con un tono burlón.
Presa del dolor y de sus quimeras surrealistas, caía rendida cada día en su sucia cama. Una cama llena de lagrimas secas, y de comederos de cabeza que resolvía junto a la almohada.
 Roxanne estaba cansada de hombres de corazones desgastados, a medio arreglar.  Estaba harta de corazones de piedra en los que ella no podía penetrar (ya que su corazón era tan frágil como el de un delicado cristal). Rota y abandonada, ahogaba sus penas en sucias promesas que nunca pudo cumplir. Promesas atrapadas en botellas de cristal. Sin embargo éstas no contenían mensajes de papel que llevaran a buen puerto a su solitario corazón.
 -Una muñeca de trapo con unos zapatos caros -Decía mientras movía su pelo con el suave movimiento de su dedo indice.
 Prisionera de sus demonios interiores (que estaban hartos de esconderse bajo la cama) y de su desesperación; transformada en una cárcel de metal de la cual no había llave. Aquella llave que otros utilizarían para abrir su corazón, ella la usaría para salir de aquella prisión que la ahogaba. Un ángel caído con las alas rotas y desplumadas; ni la imaginación era ya capaz de salvarla. Ni siquiera el grito más ahogado que pudo pronunciar fue escuchado.
-Estúpida, desdichada y maldecida por la suerte de aquel gato negro- Repetía constantemente mientras bebía aquel licor de mala muerte.
- Ya no eres la que una vez fuiste- dijo al escupir contra el asfalto. Su dulce boca, estaba llena de bilis y rabia. Ni el odio (hacia si misma) podía ayudarla.
Vacilaba consigo misma y se reía de lo aturdida y perdida que estaba. Esto ya no era un juego para ella.
Roxanne,  estaba llena de aquel cansancio que no hacía mas que hacer que se sintiera vacía.
 Finalmente, decidió dirigirse hacia la carretera. Se sentó en medio de ella y decidió encenderse un cigarro.
Presa de la locura, tiro un tacón contra la carretera esperando así suerte alguna. Las lagrimas caían por sus cálidas mejillas, esto siempre fue demasiado para ella. Entre tanto, fumaba y fumaba, con la esperanza de que aquel humo gris pudiera aclarar su cabeza.
- ¡VAMOS, DESTINO, HE VENIDO HASTA AQUÍ SOLO A POR TI! - decía mientras gritaba y se reía.
-YA NO TE TENGO MIEDO, TE ESPERO AQUÍ. 

"Qué loca esta", pensaban aquellos transeúntes que paseaban a altas horas de la madrugada).


Aquella noche, la desesperación de sus ojos grises hacía juego con la luz de aquella luna llena. Ella, solitaria desde siempre, observaba a Roxanne mientras ésta caía en un estado de locura.  En ese mismo instante, Roxanne se armó de valentía, peinó su delicado pelo y se levantó. Ésta se dirigió hacia aquella luz desconocida que durante tanto tiempo había estado buscando, pero a la que nunca se había aferrado por el miedo al olvido.

Tras el paso de los años, Madrid dejó de brillar como solía hacerlo antes. Las calles se quedaron vacías, y Gran Vía nunca volvió a ser la misma.  Porque había que ser muy idiota  para no fijarse en la poesía que soltaban sus piernas cuando paseaba por ella cada día. Los recuerdos se quedaron sepultados entre calles. Y aquel rojo carmín del que tanto presumía se quedó pegado en mi sucia chaqueta. Yo fui uno de los pocos que pudo conocerla. Aparentemente, parecía frágil como el cristal pero su mirada felina me decía lo contrario (ahora sé que me equivocaba). Hoy, se recuerda a aquella prostituta que vagaba por los rincones de Madrid buscando una solución con la que poner fin a su vida. Aquel infierno fue demasiado para ella, aunque paseaba libremente por él cada noche.
Desde entonces, la luna no brilla con tanta fuerza como antes. Ahora se tiñe de rojo cada noche, en honor a aquel rojo carmín que fue olvidado entre las camisas y las mejillas de dichos burgueses.

 Roxanne, la muñeca de trapo con tacones de Prada, sigue siendo un mito viviente, ya que muchos nos atrevemos a seguir escribiendo sobre ella.