Las malas lenguas suelen decir que hay miles de historias
dispuestas a ser contadas. Cada una tiene su encanto o una característica
principal que logra hacerla diferente. Historias sobre noches de fiesta, noches
de sexo desenfrenado o historias de días en los que a muchos no nos apetece ni
levantarnos. Por eso yo estoy aquí, para contaros mi historia, aquella historia
que marco mi vida para siempre...
Todo empezó aquel nueve de diciembre. Era una noche fría. El cielo estaba completamente oscuro, y gracias a ello podía observar las estrellas con toda la claridad posible. Y era muy raro, ya que los grandes edificios de Madrid destacan entre las calles con sus grandes luces, pero ese día todo era muy distinto.
Era tarde, había quedado en media hora con mis amigos para irnos de fiesta por la zona, pero como siempre, yo llegaba con retraso. No tuve mucho tiempo para ponerme la ropa que yo realmente quería, era un indeciso y sabía que mi indecisión me jugaría una mala pasada llegando aún mas tarde. Finalmente decidí coger lo más simple, una americana y unos vaqueros. Cuando salía por la puerta, me acordé de que había dejado la luz de mi habitación encendida, no pude hacer nada, así que maldije un poco la situación y continúe con mi camino. Tuve la suerte de que el bar donde habíamos quedado no estaba muy lejos, un par de calles más y estaría allí.
Cuando ya me quedaba poco para llegar al bar ví algo que me hizo pararme al instante. Continúe andando pero mucho más despacio, lentamente el miedo se apoderó de mí y me congelo el pecho, parecía que el frio me había partido en dos. Ví a una chica llorando, estaba tirada en la calle y maldecía a su novio, lo supusé porque no hacía más que repetir su nombre. Decidí acercarme a ella porque no aguantaba más la escena.
Todo empezó aquel nueve de diciembre. Era una noche fría. El cielo estaba completamente oscuro, y gracias a ello podía observar las estrellas con toda la claridad posible. Y era muy raro, ya que los grandes edificios de Madrid destacan entre las calles con sus grandes luces, pero ese día todo era muy distinto.
Era tarde, había quedado en media hora con mis amigos para irnos de fiesta por la zona, pero como siempre, yo llegaba con retraso. No tuve mucho tiempo para ponerme la ropa que yo realmente quería, era un indeciso y sabía que mi indecisión me jugaría una mala pasada llegando aún mas tarde. Finalmente decidí coger lo más simple, una americana y unos vaqueros. Cuando salía por la puerta, me acordé de que había dejado la luz de mi habitación encendida, no pude hacer nada, así que maldije un poco la situación y continúe con mi camino. Tuve la suerte de que el bar donde habíamos quedado no estaba muy lejos, un par de calles más y estaría allí.
Cuando ya me quedaba poco para llegar al bar ví algo que me hizo pararme al instante. Continúe andando pero mucho más despacio, lentamente el miedo se apoderó de mí y me congelo el pecho, parecía que el frio me había partido en dos. Ví a una chica llorando, estaba tirada en la calle y maldecía a su novio, lo supusé porque no hacía más que repetir su nombre. Decidí acercarme a ella porque no aguantaba más la escena.
—¿Estas
bien, necesitas algo?
—No
quiero ser borde pero agradecería que te fueras, no me encuentro bien y ahora
no quiero hablar con nadie.
—No te
encuentras en buen estado. Venga déjalo, seguro que no merece la pena. Vete a
casa y descansa
—Eres
muy perspicaz, y demasiado pesado quizás. Sé que problema tengo y no necesito
ayuda de nadie, no seas cabezón y hazte un lado. Puedo arreglármelas por mí
misma.
—Cabezona
y muy decidida. No esperaba que una chica tan guapa como tu fuese así. ¿Dónde está
tu encanto, eh preciosa?
—Digamos
que lo perdí cuando hablaba con chicos como tú. Se te da igual de bien
piropear que dejarme en paz. Creo que pillas el concepto, ¿verdad? Además, que
le trae a un chico de la calle, aquí ¿no tienes que irte?
— Mis planes se han estropeado porque una chica muy cabezona no entra en
razón y está intentando arreglar algo que es imposible de solucionar.
—Tus
palabras son igual de inútiles que tus actos, aunque he de reconocer que eres
bueno.
—Anda,
siéntate aquí, debes estar cansada de andar con los tacones todo el día. Por
cierto, ¿son de Prada?
—Sí.
— ¿Una chica con clase
tirada en una acera? Sigo sin
asimilarlo.
—Qué imbécil eres, pero me caes bien, siéntete afortunado. Perdón por ser tan grosera, mi nombre es Helena.
—Qué imbécil eres, pero me caes bien, siéntete afortunado. Perdón por ser tan grosera, mi nombre es Helena.
—Yo me
llamo James.
—¿James? Nunca había odio ese nombre. Siento
decírtelo, pero prefiero llamarte "el
pesado de turno”.
—Tienes
suerte de que "el pesado de turno" haya aparecido por aquí, querida. Apestas a whisky ¿ahogando tus penas en
alcohol? Eso es demasiado para una chica con zapatos de Prada
—Digamos
que todos tenemos problemas, unas veces salen a la luz y otras veces nos
destruyen por dentro. Yo prefiero
expulsarlos, así duelen menos y no hay rastro de cicatrices.
—Eres
una chica demasiado interesante. Odio tener planes en estos momentos.
— ¿Tienes que irte a tu casa ya? Esperaba algo más
del chico pesado.
—Me
están esperando pero puedo darte mi móvil para que quedemos mañana. No te
ilusiones, no es una cita.
En aquel momento Helena esbozo una pequeña sonrisa. Más tarde
empezó a reírse descontroladamente.
—Una
cita dice. Te queda mucho por aprender aun James, pero digamos que en vez de
centrarnos en mí, vamos a hacerlo en ti. Pareces un chico interesante, me gustaría
conocerte a fondo. Llámame antes de las
doce y por supuesto ni se te ocurra dejarme plantada.
— A sus órdenes mi señora, dijo James mientras sonreía
vivamente.